En la clase de Lengua, comenzamos a leer el cuento «La Forma de la Espada» por Jorge Luis Borges. Y como es una historia enmarcada, sólo leímos el marco y Carol, nos dejó dos actividades en su blog para hacer.
1. Dibujar aquella cicatriz que es descrita en la primera oración de la historia.
2. Escribí cuál crees que es esa historia secreta que oculta el inglés que fuerza al hombre a vender su campo.
Este campo le pertenecía a mi abuelo. Cuando chico, solía venir acá todos los veranos desde Irlanda. Esto fue hasta que un día, algo ocurrió.
Era ya de noche. Mi daideó estaba limpiando los platos y yo jugaba con el perro hasta que de repente, escuchamos alguien tocar en la puerta. Él se acercó, miró por la mirilla y rápidamente se dio vuelta con una expresión de horror y me ordenó que vaya al sótano y que no salga sin importar lo que pase. Nunca lo había visto así, tan firme pero asustado al mismo tiempo.
Salí corriendo, bajé las escaleras y abrí la puerta. Estaba completamente oscuro. No podía ver absolutamente nada. Pasé mi mano por los lados de la puerta tratando de encontrar el interruptor de la luz. Cuando finalmente lo encontré, una pequeña luz se prendió. Titilaba constantemente pero era lo suficientemente buena como para iluminar todo el cuarto.
Me senté en una esquina y esperé, pero después de un rato me aburrí y comencé a revisar los objetos guardados allí y encontré cosas muy interesantes. Una brújula, un trineo, un diccionario de 1807 y una caña de pescar fueron los que me llamaron más la atención. Pero luego de un tiempo, ya había revisado cada rincón, excepto por una caja, pero que estaba cerrada con candado; y estaba empezando a asustarme.
Cada tanto escuchaba algunas voces, más como unos murmullos en realidad. Pero para que yo haya podido escucharlos desde ahí abajo, debieron haber estado hablando muy alto, posiblemente gritando. Eso me preocupaba, pero trataba de mantener en mente lo que me había dicho mi abuelo. No salir del cuarto sin importar lo que pase. A mí, como la persona curiosa que siempre fui, me costaba mucho mantener esa promesa, pero hice un gran esfuerzo y traté de distraerme para evitar subir.
Estaba tratando de descubrir si había alguna otra forma de abrir la caja cuando escuché un gran golpe y un disparo, o por lo menos me imaginé que había sido eso. Me quedé petrificado. Todo tipo de pensamientos pasaron por mi cabeza. ¿Qué si le habían disparado a mi abuelo?, ¿qué si mi abuelo le había disparado a las personas?, ¿qué si le habían disparado al perro?, ¿que si le habían disparado a mi abuelo y ahora venían por mí? Y como si hubieran escuchado mis pensamientos, escuche como alguien bajaba las escaleras.
Entré en pánico. Podía ser mi abuelo tanto como podían ser los que habían tocado en la puerta. Rápidamente, miré a mi alrededor en busca de un lugar para esconderme. Vi la caja, me acerqué y resulta que no estaba cerrada en realidad, el candado era simplemente decoración. Me devolví, apague la luz y sin pensarlo dos veces, lo abrí y salté adentro. Tenía que poner mis rodillas contra mi pecho para entrar porque había algo más adentro. Pasé mis manos por arriba del objeto y estaba frío. Tenía una especie de mango o empuñadura de cuero pero cuando este terminaba, empezaba la parte fría, con filo de un lado. Parecía ser un cuchillo. Pero era más largo. Una espada. Aunque no cualquier tipo. Tenía la hoja ligeramente doblada. Mi abuelo me había enseñado mucho sobre espadas y esta era una espada Samurái.
Mi análisis de la espada se vio interrumpida por los pasos se iban haciendo más y más fuertes y por mi respiración que se iba acelerando.
Podía distinguir las voces de dos hombres pero no muy bien de qué hablaban. Pude diferenciar palabras como, «rápido», «busca», «apresúrate», “la espada”, «el viejo», “guardada”, «lo mataremos». Estaba tratando de hacer que todas esas palabras tengan coherencia cuando de repente la luz cegó mis ojos. Uno de los hombres me había descubierto.
– ¿Quién es este?, preguntó uno de los hombres. Se veía bastante joven. Tenía no más de treinta años pero su pelo estaba sorprendentemente lleno de canas. Sostenía en una de sus manos un cuchillo.
– No sé, ¡no importa, tráelo arriba! ¡Y la espada!, el que dijo esto sí que era más anciano, posiblemente era un abuelo, pero estaba en perfecto estado físico y al decir esto, uní todo lo que habían dicho y supuse que su propósito de estar acá era encontrar la espada.
El hombre se agachó para agarrarme pero me resistí. Patalee y revolee mis manos en un intento de evitar ser atrapado. Este, al tratar de agarrar mis manos para controlarme, pasó su daga por mi cara y me hizo parte de esta cicatriz. Por la expresión en su cara me pude dar cuenta que no lo quiso hacer a propósito, pero tampoco se disculpó. Simplemente me agarró y me cargó sobre su hombro.
Una vez arriba, me soltaron, y pude ver lo que me marcaría por el resto de mi vida. Mi abuelo yacía en el piso cubierto de sangre y moretones, inconsciente. Sentí como mi pecho se llenaba de ira y furia. Mi primer pensamiento fue que debía vengarme.
Observé a los asesinos y no noté ni una señal de remordimiento o empatía hacia mí. Eso hizo que me enojara aún más. También noté lo feliz que estaban por haber conseguido la espada. Pero yo no iba a dejar que se la quedaran. Ellos me habían sacado a mi daideó, ahora yo les iba a sacar su valioso tesoro.
Cuando se levantaron para buscar quién sabe qué y debatir lo que iban a hacer conmigo, salté de la silla donde me encontraba, agarré la espada y salí corriendo por la puerta de la cocina. Crucé los pastizales de los vecinos, las plantaciones de los granjeros y la ruta hasta llegar a un hospital. Nunca había corrido tan rápido ni tanto, nunca creí que era físicamente posible para mí, pero culpo a la adrenalina. Escondí la espada tras una maceta y entré para ser atendido.
Años después, seguía pensando en ese incidente y recordándolo como si hubiera pasado ayer. Aparentemente, mi tío abuelo les debía plata a esos hombres, pero como murió, recurrieron a su hermano, mi abuelo, para recuperar su plata. Sabían que él tenía la espada ya que pertenece a nuestra familia desde hace siglos y estaban determinados a conseguirla ya que su valor era mayor a la cantidad de dinero que se les debía.
A los doce años creía que esa “venganza” había sido suficiente, pero con el correr del tiempo, sentía como mi rencor crecía cada vez más. Necesitaba hacer algo que los marcara y traumara de por vida.
Fue entonces que decidí ir a visitarlos a ‘La Colorada’, la casa de mi abuelo que ellos decidieron quedarse con sus familias. No voy a entrar en detalle pero digamos que sangre corrió, niños lloraron, una lección fue enseñada y fue ahí donde mi cicatriz se alargó.
Ahora, seguramente te preguntas cómo es que esta historia hizo que Cardoso me vendiera la casa. Bueno, él era el nieto de uno de los asesinos y le refresqué la memoria. Le recordé de aquella noche en la cual les pegué una visita y dejé muy claro que no tenía miedo en volver a hacerlo con tal de lograr justicia, porque esa casa fue arrebatada de nosotros.
En cuanto a los rumores sobre que un par de veces al año me encierro en mi cuarto a tomar, es verdad. Una vez en la fecha donde mataron a mi daideó, y la otra en la fecha en que cumplí con mi venganza. Y sí, soy duro con mis peones porque quiero restaurar y reconstruir la casa de mis veranos de mi niñez.